sábado, 29 de mayo de 2010

Un pequeño cuento urbano vol. 1


De repente, Ana Luisa abre los ojos. Lo primero que observa es el humedecido y maltratado techo de su pequeña vivienda ubicada en la gigantesca y populosa zona metropolitana de la Ciudad de México. Parpadea un par de veces, se voltea hacia la derecha y abraza fuertemente la vieja y ligera cobija de algodón que le regalaron, hace ya casi 21 años, sus difuntos padres poco antes del nacimiento de su hijo Dany. La raída manta, a pesar de que ya hace años que no le proporciona absolutamente nada de calor, se ha convertido en su fiel compañera en el largo y difícil trayecto que ha recorrido desde que se enteró, días antes de su fiesta de quince años, que estaba embarazada. Al menos, piensa Ana Luisa, a diferencia de todos los demás, esta pequeña cobija no la ha abandonado…

Ana Luisa observa, entre sueños, la hora en el reloj despertador que se encuentra recargado en el pequeño buró de un lado de su cama. Son las 7:30. Sabe que en un par de horas tendrá que levantarse y comenzar con la tediosa y molesta rutina de todos los días. Trata de no pensar en eso. Trata de cerrar los ojos y de recuperar el sueño. De repente, y sin que nadie lo hubiese llamado, aparece la maldita angustia. Desesperada, Ana Luisa trata de recuperar esos breves instantes de efímera paz que vivió antes de que su insaciable compañera hiciese su espectacular acto de aparición. Sabe que no lo logrará. Sabe que la ansiedad la ha vencido por completo. Sabe que es una batalla que ha perdido. Sabe que es una batalla más que ha perdido…

Lastimosamente Ana Luisa se sienta en la orilla de la cama. Voltea a verse su cuerpo. Se siente asqueada al ver el tamaño de sus piernas y su gigantesca barriga. Todo el mundo le dice que se sigue conservando maravillosamente y que sigue siendo una mujer atractiva y guapa. Ella está convencida de lo contrario. Critica ferozmente su cuerpo a la primera oportunidad que tiene y se avergüenza profundamente de su “creciente” tamaño y de sus “grotescas” dimensiones. Se siente vieja, fea y gorda. Ya ni la bulimia, ni las pastillas, ni los diuréticos son suficientes para callar las voces que le gritan todos los días que es una cerda, que no vale absolutamente nada y que nadie, absolutamente nadie, estaría dispuesto a compartir su vida con alguien así…

Se levanta. No soporta más la sensación que le provoca su supuesta gordura y prefiere pararse que seguir viendo la “terrible” imagen que se refleja en el enorme espejo que se encuentra colgado enfrente de su pequeña y desordenada cama. Siente una punzada en el estómago. Voltea a su alrededor para buscar algo con lo cual saciar su perfectamente natural apetito matutino. “Por eso estás así Ana Luisa” repite en voz alta y, para evitar la tentación de comer, comienza a recoger toda la ropa que se encuentra tirada alrededor de su caótica habitación. La ropa sucia lleva días sin ser lavada. Ana Luisa no ha tenido dinero para comprarse jabón. La realidad es que tampoco hay comida. Su última quincena se la gastó un día después de recibirla en una blusita de Zara la que, supuestamente, le disimulaba mucho la panza. Inversión a largo plazo, le argumentó a sus hermanas. A consecuencia de su “inversión a largo plazo”, Ana Luisa lleva días sin un solo peso y comiendo cualquier chuchería que les mendiga a sus compañeros del trabajo. “Al menos así bajarás de peso Ana Luisa”, vuelve a repetir en voz alta.

Sigue recogiendo ropa. La junta y la avienta en el espacio que acondicionó como armario y que no es más que un tubo empotrado en la maltrecha pared que amenaza todos los días con caerse frente a la llegada de más y más aditamentos. De repente, se topa con un calcetín. El calcetín no es suyo, es de Dany. Hace días que no sabe de él. Espera verlo el próximo domingo. Extraña profundamente tenerlo a su lado, pero está convencida de que, como dice el padre del jovencito, sino es capaz de cuidarse a ella misma, menos lo puede hacer con alguien más… De repente, suena su teléfono celular. Ana Luisa corre a contestar. Reconoce el número de Óscar. Apaga el celular. No quiere saber absolutamente nada de él. Rompió su promesa. Ana Luisa no le había pedido ni fidelidad, ni amor, ni respeto, ni exclusividad... sólo le había pedido que nunca, por nada del mundo, le pegase en la cara. Rompió su promesa. “Dany no puede verme así” gritaba desesperada, mientras un energúmeno Óscar le pateaba violentamente su cara. Recuerda porqué lleva días sin ver a Dany. Tratando de evitar el amargo recuerdo, decide meterse a la regadera... Buenas noches y buena suerte…

1 comentario:

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