domingo, 20 de septiembre de 2009

Mujeres en la política


De entre todas las realidades que existen en nuestra vida cotidiana hay una que en lo particular, por su concurrencia y polémica, me genera bastante ruido y molestia, y ésta es la creencia de que el género masculino es superior al femenino. El concepto que en México utilizamos para definir a este tipo de ideologás (si es que podemos llamarlas de esta forma) es el machismo. Tal vez por el hecho de que he vivido rodeado de mujeres inteligentes y capaces toda mi vida, no puedo concebir una concepción del mundo en donde se considere, per se, al género femenino como inferior al masculino. A pesar de mi postura personal frente a este tema, ésta visión se encuentra profundamente arraigada en muchas esferas de nuestra sociedad y, concretamente, en la política, este hecho es más que evidente.

El ejemplo más reciente y paradigmático acerca de esta tema es el escándalo de las llamadas “juanitas”; las "juanitas" son mujeres que (incluso algunas de ellas profesionistas y muy preparadas) se prestaron a un juego político bastante sucio al renunciar a los pocos días de llegar al Congreso de la Unión como diputadas plurinominales, para dejarles su puesto a sus maridos, jefes o parientes los lugares que, por cuota de género, les corresponden a las mujeres mexicanas. Cabe destacar que estos espacios se crearon tras años de lucha por parte de generaciones de mujeres mexicanas, quienes, intentando contrarrestar la tradicional ausencia de la voz femenina en la toma de decisiones políticas en nuestro país, sólo los obtuvieron de manera parcial y paulatina. Por lo que, cuando este grupos de mujeres, no sólo del Partido Verde, sino del PRI, PRD y PT (algo que, por supuesto, el PAN utilizó para jactarse de ser el “gran partido recto” del país en el que no suceden este tipo de cuestiones), anunciaron un día después de asumir sus cargos que renunciarían para cederle su puesto a sus respectivos diputados suplentes (todos hombres), representó un balde de agua fría no sólo para todos los grupos de mujeres que han pugnado por igualdad y representación a lo largo de muchos años, sino para la mayor parte de los miembros de la sociedad que muchas veces olvidamos lo mucho que nos falta por construir para convertirnos en una país verdaderamente igualitario y democrático (en el sentido de democracia = gobierno del pueblo).

Sin embargo, como ya lo mencioné anteriormente, conceptos como el poder y la política han sido, tradicionalmente, relacionado con el hombre. Basta ver el número de líderes políticos hombres que hay –obviamente con respecto al número de mujeres- a nivel mundial para darnos cuenta que la política sigue siendo una arte dominado por los miembros del sexo masculino. Y no sólo eso, sino que las mujeres que se encuentran inmersas en asuntos relacionados con la política, son un tanto “masculinas” en su aspecto físico (o no me digan que la señora Merkel, o la señora Meir, o Margaret Tatcher son muy femeninas que digamos), favoreciendo a mantener la mentalidad de que una mujer, para tener un puesto político o de poder, debe dejar de lado su feminidad si busca ser tomada en serio por sus compañeros y votantes. Evidentemente esto no es una regla (casos como el de las señoras Clinton y Fernández podrían ser ejemplo de esto) y menos debería serlo en sociedades que se jactan de ser muy progresistas como la europea, en las que, sin embargo, el machismo y la misoginia parecen haber tomado un nuevo brío con la llegada de líderes como Sarcozy y Berlusconi.

Evidentemente no estoy pidiendo que este tipo de cuestiones cambien de la noche a la mañana, sino simplemente que poco a poco se vaya cambiando esta mentalidad en los ámbitos de participación política, en especial a través de los órganos de representación popular. Sin embargo, el predominio del género masculino en la Cámara de Diputados en nuestro país sigue siendo innegable. Actualmente en la 61 Legislatura solamente existen 138 diputadas (contando las ocho que pidieron licencia, obviamente ya que no se les otorgó) instaladas en los 500 puestos disponibles en San Lázaro. En un país donde más del 50% del total de la población es de género femenino (y en el que teóricamente debería existir una representación proporcional), este número no tiene ningún tipo de sentido, ya que sólo el 27.6% de la Cámara de Diputados se encuentra ocupado por mujeres mexicanas. Para poner en perspectiva este números podemos comparar a nuestro Congreso con el de otros países. En un artículo de La Jornada (del 6 de septiembre pasado) se nos muestran los resultados de esta comparación (tan sólo en países de América Latina y África). El 43.2% de los miembros del parlamento cubano son mujeres; en Argentina el 40%; en Costa Rica el 36.8%; en Mozambique el 34.5%; en Tanzania el 30.4% y en Rwanda (sí, en Rwanda donde hace 15 años una guerra civil acabó con un millón de miembros de su población) el 48.8%. Evidentemente, con esto podemos concluir que la participación de la mujer en los órganos de representación popular en México es bastante baja.

A pesar de que sigue siendo muy bajo el porcentaje de representación de nuestras mujeres en la política, estos espacios han sido ganados a través de años y años de trabajo de mujeres como Beatriz Paredes, Ifigenia Martínez o Rosario Green, quienes, a través sus proyectos y constancia, han demostrado la importancia de que las voces femeninas se dejen escuchar en la construcción política de nuestro país. Juanitas, por favor, por el bien de las mujeres mexicanas, no echen a perder estos logros. Buenas noches y buena suerte.

PD: Una foto de dos de las grandes lideresas del siglo pasado: una muuy joven Benazir Bhutto e Indira Ghandi.

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