Hamlet en sí no es una obra fácil, el lituano no es un idioma entendible y los asientos sobre los que estaba sentado no eran precisamente los más cómodos del mundo y, sin embargo, a pesar de esto, ver esta obra de Shakespeare en este inentendible lenguaje báltico, en la esquina superior del hermoso teatro Juárez de Guanajuato, ha sido una de las experiencias más fabulosas de toda mi vida. Acompañado de Alexito y de mi estimada amiga perruchis el día de ayer me lancé en una breve aventura, la primera en toda mi vida, al internacionalmente famoso Festival Cervantino. El festival Cervantino nació en 1972 por iniciativa del entonces presidente Echeverría –se denominó de esta manera en honor a Miguel de Cervantes y a los llamados “Entremeses Cervantinos” que llevaba en ese entonces veinte años realizando el maestro de teatro guanajuatense Enrique Ruelas- y ha ido evolucionando año con año hasta convertirse en uno de los eventos culturales nacionales e internacionales más importantes de todo el país.
Debido al prestigio que tiene el festival, a la labor de convencimiento que realizó mi hermano (que tampoco fue tanta) y las buenas recomendaciones que recibí acerca del ambiente que se vive ahí por parte de muchos conocidos, este año accedí a ir a la ciudad-nodriza de la derecha mexicana con el objetivo específico de ver la puesta en escena de una de las obras más representativas no sólo de la literatura inglesa, sino de toda la dramaturgia universal: Hamlet de William Shakespeare. Tras reflexionar brevemente acerca de las precauciones que tendría que tomar para realizar el viaje –entre ellas repetirme a mí mismo múltiples veces la importancia de no mostrar mucho afecto físico hacia ningún ser humano si es que busco no no perturbar el orden público –, tomé la decisión de asistir y el sábado en la mañana me trepé a un autobús con rumbo a Guanajuato. La ciudad es simple y sencillamente hermosa. En el centro de la ciudad sentí que me había transportado de siglo y de continente, debido a que muchos aspectos -en especial, la arquitectura- me recordaron muchísimo a los escenarios públicos descritos en libros como Romeo y Julieta o La joven con el arete de perla. Los arcos, las piedras, los edificios, la música, me evocaban constantemente imágenes del Medioevo y el Renacimiento europeo.
De entre todos los lugares que visité indudablemente el más impresionante fue el teatro Juárez. Este recinto tiene una cualidad que no muchos de los edificios que tenemos en México tienen: está sumamente bien conservado por fuera y por dentro. A diferencia de los exteriores guanajuatenses que me evocaron a los siglos XV y XVI, el teatro me pareció salido directamente de una obra de Honore de Balzac. Por su parte, la obra fue toda una experiencia en sí. Una Ofelia y un Claudio simplemente fantásticos y una escenografía y unos efectos más que originales, fueron el clímax de la noche. Frente a todo esto, la fiesta de la calle y el ambiente de desmadre cervantinesco simple y sencillamente, pasaron a segundo plano. Buenas noches y buena suerte.
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