lunes, 16 de noviembre de 2009

Montañas azules...



Cuando tenía aproximadamente 8 años en mi clase de pintura dibujé unas montañas azules. Mi profesora, cumpliendo con su papel de educadora “tradicional”, no sólo me llamó leventemente la atención, sino que me hizo rehacer el cuadro con los colores y tonos que, de acuerdo con su percepción, verdaderamente tienen las montañas. Este hecho, algo seguramente intrascendente para la mayor parte de los seres humanos, tuvo enormes repercusiones en mí ya que, por primera vez, estaba en completo desacuerdo con lo que me decía una figura de autoridad y tenía plena conciencia de que yo tenía la razón. Y tenía un argumento muy sólido del que, hasta la fecha, sigo completamente convencido: “desde lejos –desde donde yo estaba viendo el cuadro- las montañas no se ven cafés, se ven azules”. Mi maestra, entre la necesidad de atender a todos los niños de la clase y su poca voluntad para explicarme y escucharme, simplemente desechó mi argumento y me pidió que hiciera nuevamente las montañas. Con un enorme malestar repetí el dibujo y, como era un niño bastante dócil, no volví a molestar con ese asunto y me limite a realizar mis trabajos de ahí en adelante tal y cómo los pedía la maestra.


Afortunadamente cuando crecí mis padres consideraron que el taller de pintura que les mencioné anteriormente ya no era el adecuado para seguir desarrollando mis “habilidades” (jajaja lo siento no pude evitar ponerlo entre comillas) artísticas, por lo que decidieron meterme a un curso digamos, un poco más profesional. Esta vez llegué con una de las pintoras más conocidas de Aguascalientes, mamá de una de mis amigas de la primaria y muy reconocida no sólo por la calidad de su trabajo, sino por su habilidad para enseñar y orientar a jóvenes pintores que, como yo, disfrutaban pasar dos horas de su tiempo semanalmente con la ropa completamente sucia, sentados frente a un lienzo e inhalando cantidades industriales de tiner y acetona. El nombre de mi nueva maestra: Paty.


Paty era una mujer sumamente peculiar. Endemoniadamente culta, perfeccionista, adicta al trabajo y con una gran capacidad para relacionarse con los jóvenes, Paty representó un enorme salto cualitativo –y cuantitativo ya que realicé muchísimos cuadros en los casi 6 años que estuve con ella- con respecto a mis anteriores lecciones de pintura. Paty, a pesar de su exigencia y de la disciplina que nos imponía, respetaba y promovía la originalidad. Anualmente realizaba una exposición del trabajo de sus alumnos –los cuales eran verdaderos eventos de primer nivel- y, sin temor a equivocarme, puedo asegurar que sabía sacar lo mejor de cada uno de sus estudiantes. A nivel personal Paty me ayudó a dejar atrás esos complejos y temores que había creado anteriormente y no sólo me permitió realizar a mis cuadros las adecuaciones que yo consideraba pertinentes, sino que incluso fomentaba que realizara estos cambios.


Patty me repetía constantemente que mi estilo de pintar no era convencional, sino que era eminentemente “impresionista” (un término que yo no tenía idea a que se refería en esos momentos) y que, por esta razón, no debía compararme con la obra que realizaban el resto de mis compañeros (algunos de los cuales, no lo puedo negar, tenían muchísima habilidad para pintar y si no la tenían, Paty de alguna manera se las desarrollaba) y que, al contrario de lo que me decía mi subconsciente, tenía que evaluar la calidad de mi trabajo no por su semejanza al modelo del cual lo estaba copiando, sino de acuerdo con la sensibilidad y la originalidad que quedaba plasmaba en el resultado final.


Como mi “estilo”, de acuerdo con Paty, era eminentemente impresionista, comencé a copiar algunos de los cuadros de los principales pintores impresionistas. Esta fue la principal razón por la que me enamoré de esta corriente pictórica, ya que me sentía igual de incomprendido que esos pintores e igual de deseoso de plasmar lo que verdaderamente veía a mí alrededor. Una simple clase de pintura me permitió enamorarme del arte, me dio innumerable recuerdos y, sobre todo, fomentó la confianza en mí mismo para defender lo que veía y lo que creía. Por todo esto, gracias Paty. Buenas noches y buena suerte.

3 comentarios:

  1. Como el matiz de azul claro que me permitió descubrirle la sonrisa del cielo.

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  2. Querido Jaime,
    Cuando mi pequeña Gina "tu amiguita" me envió la liga de tu blog, nunca imaginé la emoción que me produciría leer esas líneas.
    Fue una agradable sorpresa, saber que a través de los años lo que haces con amor rinde frutos.
    Reconozco y valoro mucho tu sensibilidad como ser humano hacia lo que te rodea. Excelente, siempre demostraste serlo, en todo sentido, has sido un estudiante brillante, tenaz, perseverante, honesto, cualidades que no cualquiera puede enorgullecerse de haber cultivado en el andar por la vida, pero sobretodas las cosas tú siempre has sido una gran persona.
    Te quiero mucho
    Paty Glinz

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